Por Norberto Colominas
Los asalariados, a quienes se les
quitará buena parte de lo que generan con su trabajo mediante la plusvalía
(diferencia de valor entre lo que un obrero produce y el salario que cobra),
tienen que elegir ser víctimas de ese arrebato, es decir, tienen que desear
conseguir un empleo. El ciervo debe buscar al lobo.
En el capitalismo se puede ganar dinero
a la manera liberal, produciendo más, vendiendo más y ganando más, o a la
manera neoliberal,
multiplicando rentas mediante la especulación financiera.
Pero esto tiene un límite. Una nueva
paradoja acecha a quienes no son dueños de los medios de su producción, es
decir al 95 por ciento de la población mundial, porque el capitalismo ya no
quiere aumentar la productividad del empleo y obtener así más beneficio por
cada trabajador, sino por vía de la incorporación de nuevas tecnologías
(robots, informática, redes, sistemas inteligentes “workers out”), que son más
baratas y más confiables, porque los robots no hacen huelga ni piden aumentos
de sueldo.
Desde esa lógica, muy pronto el 15 por
ciento de la población mundial no encontrará un empleo, ni siquiera precario.
Esto significa que unos mil millones de personas no tendrán trabajo; no
encontrarán al lobo.
La Segunda Guerra Mundial le costó la
vida a 50 millones de personas (entre ellas a 20 millones de rusos y a 6
millones de judíos). Salvo Francia, Portugal y en menor medida Italia, Europa
fue arrasada. Esta reducción bestial de la mano de obra disponible mediante una
descomunal matanza garantizó la recuperación económica (vía Plan Marshall,
entre otros instrumentos) y, por un tiempo, el pleno empleo.
Pero ese equilibrio no duró mucho.
Primero Nixon eliminó el patrón oro y habilitó la emisión descontrolada de
dólares sin respaldo (o mejor dicho, con el único respaldo del ejército
norteamericano), que llega hasta hoy.
La crisis del petróleo de 1973 completó
la faena y marcó el fin de esa tregua provisoria entre el capital y el trabajo,
aunque nunca dejó la plusvalía de ser la única explicación consistente del
origen de la ganancia.
Desde los primeros años 80 (y tras la
eliminación de los controles financieros por la dupla Reagan-Thatcher) se sumó
un nuevo factor decisivo a la ecuación económica: la renta financiera, que no
es ganancia, ya que no proviene de la producción.
De modo que desde los 90 (y hasta hoy)
la renta financiera subordinó a la ganancia industrial. Si especular es más
rentable que producir, es obvio que la producción mundial se ha venido
reduciendo, y con ella el empleo. El avance de la tecnología hizo el
resto.
El tiempo pasa, la producción disminuye
y la población mundial aumenta. Pronto mil millones de hombres y mujeres no
tendrán empleo ni habrá más lobos esperándolos para comerlos.
¿Habrá una tercera guerra mundial o un
desastre nuclear para recuperar el “equilibrio” perdido entre la población
mundial y los puestos de trabajo? Ningún observador debería descartar esa
posibilidad.
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